MÒNICA ORTEGA
VERDE: HISTORIA DE UNA FLOR
Se oyó un silbido debajo suyo y Zaya abrió los ojos. Se encontraba en la copa de uno de aquellos arboles tan altos que ocupaban todo el bosque. Se había quedado dormida allí mientras miraba las estrellas la noche anterior. Se había despertado en un mar verde de hojas, ramas, troncos y el silbido agudo de los pájaros.
Zaya se levanto sobre la rama en la que había quedado dormida y salto habilmente a las ramas más bajas, hasta llegar al suelo. El silbido era claro y siempre significaba lo mismo: hora de ponerse en marcha.
Los pequeños de la tribu eran los encargados de ir al río a buscar agua cada día por la mañana. Zaya, con sus seis años de edad, pertenecía a ese grupo. El riachuelo, que acababa desembocando en el Tambo, no se encontraba muy lejos. Allí siempre podías encontrar agua si caminabas un poco en cualquier dirección. Por aquel motivo aquel trabajo se destinaba a los más pequeños del poblado. No necesitaban grandes esfuerzos.
En general la vida allí era tranquila. Al menos visto desde los ojos de Zaya. La verdad es que la niña tampoco había conocido nada más. En su vida había conocido pocos colores. Conocía el verde de las hojas. Zaya se sentía una experta en el verde. Cada árbol diferente, cada arbusto y cada hierbajo tenía una tonalidad distinta de verde, desde los verdes más claros a los más oscuros. La pequeña peruana conocía también el azul del cielo, sus distintos colores durante el día y los que cogía al reflejarse en las aguas del Tambo, su río más cercano. Conocía el negro de la noche y el blanco de sus estrellas y el marrón del suelo y de las hojas marchitas.
Zaya cayó liviana sobre aquel manto de hojas al descolgarse de las ramas.
Niko ya la esperaba bajo el árbol. Era su mejor amigo, hijo de la hermana de su madre. Allí, al ser un poblado pequeño muchas de las familias compartían la misma sangre.
Los dos corrieron al poblado para coger los cubos y corrieron otra vez hasta el rio. Sin parar. Era el juego de cada mañana. El primero que llegara al río tendría el privilegio de llevar el cubo nuevo, más pequeño y por tanto el que menos pesaba.
Zaya corrió como nunca lo había hecho y llegó antes que nadie al riachuelo. Al llegar allí y darse cuenta de que había sido la primera empezó a saltar de alegría de una manera, que ponía en duda los esfuerzos perdidos por la corrida que acababa de hacer. Al llegar al río, Niko la felicitó un poco molesto y le arrancó el cubo grande de las manos. Los dos llenaron sus respectivos cubos mientras los otros niños de la aldea llegaban para llenar los suyos.
Cuando acabaron todos volvieron hacia el poblado juntos.
Aunque llevaba el cubo pequeño, Zaya se quedó atrás, quería disfrutar de su pequeño momento de victoria. Silbaba, mientras andaba, una melodía de flauta que su abuela solía tocarle por las noches para dormirla cuando era más pequeña, más pequeña que entonces.
En ese preciso momento, en el que soltaba aire y respiraba de nuevo, sus ojos fijaron la mirada de repente en un punto. Un pequeño punto de su universo que había cambiado de color. Se acercó al objeto de su curiosidad y se encontró con una pequeña flor. Una flor que no había visto nunca antes. Con un color raro que no conocía. No era del azul del cielo ni del blanco de las estrellas ni del verde que tanto conocía de las copas de los arboles. Era de un color entre el suelo y el cielo. Un morado vivo que rompía con todo lo que se encontraba a su alrededor. Una flor que hizo que todos los otros colores se volvieran pequeños en un instante a la vista de Zaya.
No se atrevió a tocarla, por miedo a hacerle daño, o a que se rompiese.
Desde lejos oyó la voz de Niko que la llamaba para que no se quedara atrás. Sin dejar de mirar los colores vivos de la flor, Zaya cogió el cubo para dirigirse al poblado. De tanto en tanto iba mirando hacia atarás para comprobar que la flor seguía allí, que era real y no un juego de su mente.
Durante los días siguientes Zaya se levantaba temprano, a primera hora del día e iba a visitar a la flor. Con cada día que pasaba su color morado parecía más brillante. Aquella acabó siendo bateada como "la flor de Zaya" por los habitantes de la aldea. La flor la hacía sentir feliz, abría sus ojos a una nueva visión de la vida, a través de los colores que desprendía.
Pero no todo dura y hasta la más bella de las flores puede padecer.
Entonces fue cuando sucedió. Era un día cualquiera, una noche cualquiera. Y como cada noche Zaya dormía. Dormía también cuando empezó la lluvia, seguida de los truenos y de una fuerte tormenta.
La mañana siguiente el suelo estaba hecho una trinchera y el bosque destrozado. Una de las casas de la aldea había quedado arrasada por la caída de un árbol. La pequeña, al levantarse solo pudo pensar en una cosa. Salió corriendo por el camino que llevaba al río, y solo se detuvo en llegar al punto donde iba cada día a visitar a su preciada flor. Pero la flor no estaba allí. Sencillamente no estaba. Había sido arrancada por la tormenta.
Zaya lloró su pérdida como si fuera la pérdida de un ser querido. Sin la flor, todo el mundo a su alrededor volvía a diluirse falto de colores. Su mundo volvía a ser verde en su plenitud. Sin más arcoíris que los matices de ese color.
Lloró y lloró hasta que se dio cuenta de que aquellos colores que había descubierto, no se habían desvanecido del todo. Seguían dentro de ella. En su memoria. Una memoria que era capaz de pintar el mundo de todos los colores que ella quisiera.
VIOLETA: Luces del norte
Hacía el frío más gélido que nunca hubiera podido imaginar. ¿Por qué razón se le había siquiera pasado por la cabeza hacer aquel viaje?
Hacía menos de una semana había quedado una vacante para un biólogo marino en una expedición a Groenlandia y el jefe del centro de investigación en que trabajaba le había ofrecido el puesto a Joseph. Si hubiera sabido el frío por el que tendría pasar seguramente no hubiera aceptado.
Al ver donde tendría que pasar las próximas semanas se desmoralizó. No era más que una cabaña en medio del hielo del polo norte. Por suerte el interior estaba bien climatizado y era bastante acogedor.
Dejando de lado el frío y el hecho de que se encontraban a más de 100 kilómetros de cualquier núcleo civilizado, todo lo demás era impresionante a ojos de alguien que había pasado su vida entera encerrado en la inmensa Nova York.
Aquella mañana se levantó con los pies congelados. Se hizo larga. Joseph y sus otros dos compañeros de la expedición trabajaban en el exterior recogiendo muestras de hielo que analizarían mas tarde. El secreto, descubrió pronto Joseph, era no quedarse ni un segundo parado, si estaban en movimiento y pensando en otras cosas el frío no se notaba tanto.
Acabaron agotados de la jornada de trabajo y se sentaron en el interior de la estación. La cena estaba malíssima, y teniendo en cuenta que Joseph no solía ser muy remirado con las comidas aquello no era decir poco. Justo al terminar de comer y levantarse de la silla recordó que, sin querer, había dejado fuera la pala grande, la que usaban para remover la nieve. No podía dejarla allí toda la noche o se congelaría.
En contra de su voluntad, que luchaba por quedarse bajo buen cobijo en el sofá de la estación, fue a buscar su abrigo y salió de la cabaña a por la pala.
Abrió la puerta principal de la estación y se quedó completamente parado. En el exterior. Como más quieto se quedara, más frío cogería. Pero su estupefacción no le dejaba moverse. Se quedo parado mirando el cielo sin ser capaz de producir ni el más leve movimiento.
El cielo no era oscuro como debería serlo a aquella hora. No era ni azul, ni negro, ni blanco. El cielo era violeta. Violeta con trazas verdosas y naranjas. Aquello era a lo que llamaban luces nórdicas, pensó. También pensó que el nombre no le hacía justicia. Aquello no podía ser descrito con simples palabras o como a tales conceptos. La raza humana tendía a dar nombre a las cosas, a hacerlas parte de un general. La naturaleza no funcionaba así, comprendió. La naturaleza era. Aquel violeta se presentaba como a "violeta" en la parte racional de su cerebro, pero se presentaba como a una maravilla de color en la parte vitalista de su mente.
Joseph volvió a entrar en la estación, con la pala en la mano derecha. Recordó lo que se había preguntado pocas horas antes ¿Porqué había decidido emprender aquel viaje? Por primera vez pudo vislumbrar un fino gesto de sonrisa entre sus labios, junto con una respuesta a esa pregunta, que tampoco podría ser nunca explicada con palabras.
TURQUESA: El alma del agua
Dos metros, un metro, medio metro... un instante y el agua, brillante, lo envuelve todo. Desde el fondo, veo el reflejo de la luz del sol que se filtra a través del color turquesa del agua del océano haciendo que todo parezca más luminoso y paradisiaco. A mi derecha, una colosal pared de roca se alza desde los corales del fondo hasta la superficie. Sé que hacia fuera esa pared pierde verticalidad hasta quedar totalmente plana para formar un espacio ideal para sentarse y tomar la merienda mientras se disfrutan las impresionantes vistas que ofrece el océano índico.
Aguanto la respiración durante un buen rato. La tranquilidad que se respira aquí, en el fondo, es una tranquilidad diferente a cualquier otra. Es la tranquilidad que ofrece el silencio. Lo bueno del mar es que parece mudo, incapaz de producir un solo sonido que tenga la suficiente fuerza como para romper la calma que lo envuelve. Miro hacia abajo y veo los peces que se esconden entre los corales cuando me ven acercarme. Solo alguno, más curioso o mas imprudente que el resto se acerca a mis pies, que se mantienen a flote dentro del agua.
Por mala suerte y debido a mi falta de branquias para respirar como un pez, siento la necesidad de subir a la superficie en busca de aire.
Saco la cabeza y dejo que mis pulmones se llenen de oxigeno hidrogeno y nitrógeno. Doy un par de brazadas mar adentro y una voz grita mi nombre des de el borde de las rocas desde donde he saltado hace poco rato.
-Jaco! -me giro y una mano me saluda desde el rellano, un par de metros por encima del agua.
Me giro y nado hacia la orilla a buen ritmo. Nacer en un sitio rodeado de mar como la isla de Lanai te da ciertas ventajas, aprender a nadar bien y más pronto es una de ellas. Más que nada es una necesidad. Todo el mundo aquí nada bastante bien. ¿Para que vivir en Hawái si no puedes disfrutar del mar y sus paradisiacas aguas claras?
Salgo del agua cerca de la playa. Hay un pequeño saliente que me permite escalar por la roca hasta donde se encuentra Noamei.
-Un seis -dice esta.
-¿Un seis? ¿Solo? -Respondo indignado -ha sido un buen salto!
-Un poco flojo -dice y se ríe. Entre los dos recogemos lo poco que ha sobrado de la merienda, la ayudo a levantarse y nos dirigimos hacia el camino que lleva al pueblo.
-¿Qué haces siempre tanto rato dentro del agua? Hoy ya casi creía que te habías ahogado...
-Nada, solo me relaja -contesto -es como si parara en tiempo.
Pero yo sé que no solo es eso. No se me ocurre manera de describir la sensación de mirar alrededor y notar que el espacio y el tiempo se detienen en una vasta extensión de azul turquesa. Al menos no sin parecer poéticamente rebuscado.
-Lo describes como si pareciera un sueño... -responde -que me encantaría poder soñar.
Se queda callada y sé que se siente triste, siempre lo está desde que tuvo el accidente. Pero de eso hace ya un año.
-No te preocupes Noa-digo intentando animarla -el médico dijo que con el tiempo podrías volver al agua, a nadar. Ya verás como de aquí poco ya estarás pasando por delante de mí.
Esboza una sonrisa, aunque sus ojos se mantienen con la misma falta de brillo. Cuando llegamos a su casa me abraza torpemente y me da las gracias por la tarde. Se dirige hacia la puerta del jardín y puedo notar como cojea forzosamente al travesar el jardín y subir las escaleras hasta el porche de su casa. Aun así, me doy cuenta de que ha hecho grandes progresos, teniendo en cuenta que hace solo dos meses no podía prácticamente levantarse de la silla.
Cuando llega a la puerta de casa se gira y me dice adiós con la mano. Le devuelvo el saludo y empiezo a caminar hacia mi casa, en la misma calle, solo un par de manzanas más adelante. Cuando llego me encuentro a Zoë sentada en la mesa del jardín.
-Jaco! -grita cuando me ve. Me acerco y le doy un beso en la mejilla a mi hermana pequeña.
-Que haces? -le pregunto.
-Mates -contesta -mamá me ha dicho que si hago todos los ejercicios hoy mañana me llevaras al zoo a ver los delfines.
-Entonces mejor no te desconcentres -le respondo.
-Es que este ejercicio es muy difícil Jaco! -Zoë me señala con el dedo una de las divisiones de su cuadernillo de ejercicios.
-Si quieres te ayudo a resolverlo -respondo.
-Noooo -grita ella -que si no lo hago yo no me llevaras al zoo!
-No seas tontina, claro que te llevaré.
-Aun así, quiero hacerlo yo sola.
-Como desee usted su alteza real -digo haciendo una reverencia y marcho hacia la puerta de casa.
Durante la cena Zoë se muestra emocionada por ir al zoo mañana. Dice que le gusta que yo la acompañe porque le cuento cuentos divertidos sobre los animales.
-Jo si pudiera elegir ser un animal seria un delfín -dice.
-Y eso por qué? -pregunta mi madre
-porque me gustan los delfines -dice -son muy guais, cantan y respiran por la espalda! ¿Jaco, tú que serias?
Me tomo mi tiempo en responder.
-Yo sería un tiburón -respondo.
-Por qué??? -dice mi hermana -los tiburones son malos!
-porque me gustan los tiburones -digo imitándola -y porque los tiburones se comen a los delfines...
Zoë se tapa la boca con una mano. Todos nos reímos y seguimos comiendo el guiso de mi padre.
Por la noche cuando caigo fulminado sobre la almohada no puedo evitar revocar aquella tarde en la playa de rocas, como solíamos llamarla. Naomei, Sena y yo en el mar cerca de la orilla. Dav escalando las rocas para buscar un sitio idóneo para tirarse al agua.
-Más arriba! -gritaba Sena -muestra ese valor que tienes!
-¡Más que el tuyo! -dijo Dav desde las piedras.
Dav sube otro metro y nos hace una señal con la mano
-Apartaos que va a saltar -dice Noamei. Dav salta desde una altura de cinco metros y cae limpiamente en el agua, más tranquila de lo habitual.
-Un 9 -dice Noa cuando Dav saca la cabeza del agua. Dav levanta ambas manos en gesto de victoria.
-Un 9? ¡No se merece ni un 7! -dice Sena -no es justo, no se permiten relaciones interpersonales entre los miembros del jurado y los participantes.
Noamei saca una risa burlona.
-Como que te crees que tu puedes hacerlo mejor que él -dice.
-Obviamente -responde -pero no me hace falta probarlo, eso ya es por todos sabido.
-Ya! -dice Noa con toda posible connotación irónica.
-Si tu ríete -responde Sena -¿pero y tú? ¡Vamos, salta! -Noamei vacila - ¿que? ¿no te atreves?
Noamei cambia la expresión de la cara por una que reconozco perfectamente: decisión y testarudez.
-Claro que me atrevo -dice secamente y se dirige nadando decididamente hacia las rocas.
Escala hasta la roca de donde Dav ha saltado, pero no se detiene allí, sigue subiendo un par de metros más. Des del agua Dav le grita que no salte, que es peligroso. Yo también le digo que baje, que no vale la pena. Hasta Sena está preocupado. Pero ella no se detiene. Esta dispuesta a saltar...
Después de eso recuerdo pánico, rocas y agua. Corrí hasta el lugar donde Noamei había caído y me sumergí para sacarla del agua. Más tarde llegaron las sirenas, las caras totalmente pálidas de Dav y Sena al ver el cuerpo inerte de Noa sobre la arena. Luego horas y horas en el hospital donde solo se respiraba silencio y culpa...
Pero Noamei está bien. Esta mejor. Aun así, difícilmente conseguiré olvidar la sensación de estar a punto de perder a mi mejor amiga. Acabó todo en una parálisis temporal de las piernas de la que ha ido recuperándose hasta ahora. Ya casi no tiene problemas para caminar correctamente pero aun le falta un gran trabajo de coordinación de piernas. He estado acompañándola a las sesiones de recuperación la mayoría de los días. Son duras y agradece que alguien este con ella para ayudarla y animarla. ¿Para eso están los amigos no? Claro.
Al día siguiente con la intención de animarla un poco decido llamarla para ver si quiere acompañarnos a Zoë y a mí al zoo.
-No es que no me guste venir con vosotros y tu hermanita me cae fenómeno pero no estoy de humor -responde -lo siento.
Cuelga el teléfono sin decir nada más. Es extraño, pero pienso que no será nada importante y llamo a Zoë para que se prepare para ir a ver a sus queridos delfines.
-¿¿¿No viene Noa??? -pregunta mi hermana
-No, dice que no se encuentra bien -respondo -cuando volvamos pasarse a ver qué tal esta.
-Jo... -dice Zoë -yo quería que viniera... cuando vayas puedes llevarle pastelillos ¡Mama dice que va a hacer para merendar!
-Claro -le digo -pero ahora... vámonos al zoo!
Volvemos a casa al rededor de las cinco de la tarde. Zoë se ha pasado toda la vuelta hablando de su delfín favorito del acuario. Me gusta pasar tiempo con mi hermana, es divertida y alegre, pero a veces puede resultar un poco pesada. Aun así, me alegro de que se lo haya pasado bien. Cuando llegamos al porche de casa casi no se aguanta de pie de lo cansada que esta.
-Llévale pastelillos a Noamei -dice bostezando Zoë. Le revuelvo el cabello con una mano y le abro la puerta de casa. Cuando me aseguro de que no ha caído dormida en medio del pasillo salgo para ir a ver a Noa.
Cuando llego a su casa abre su madre.
-Hola Jaco -dice -¿Todo bien? Noa está arriba. No ha salido de su cuarto en todo el día.
-Todo bien, gracias señora Mattiew.
Subo hasta el segundo piso donde se encuentra la habitación de Noamei. La puerta está cerrada así que llamo con la mano antes de abrir.
-Noa? -digo sacando la cabeza por la puerta -estas bien...?
Noamei está sentada sobre su cama escuchando música de la radio y sin hacer nada. Cuando se da cuenta de mi presencia se gira hacia mí y se pasa las manos por los ojos. Los tiene rojos.
-Oye ¿qué ha pasado? -pregunto acercándome a ella y sentándome a su lado en la cama.
-Me ha dejado -dice en voz baja -Dav.
Ella rompe a llorar de nuevo.
-Lo siento -digo y la abrazo. Pasamos un rato así hasta que se deja de llorar y vuelve a pasarse la mano por los ojos para secárselos.
-Parezco estúpida -dice -así, llorando...
-No que va -contesto -solo pareces persona. ¿Pero te dijo porqué?
Ella asiente
-Dice que no puede más con esto. Que se siente demasiado culpable cuando me ve. Ya sabes. Por lo del accidente...
-¿¿Pero que mierda de escusa es esa?? -digo indignado -que imbécil. Si piensa eso es que no te merece.
-Supongo que si...
Le hago cosquillas para que se ría un poco.
-Suerte que te tengo a ti -dice Noa. Y sonríe.
-Vamos -digo -te ha dejado de mala manera... ¡hay que vengarse!
-¿¿Qué??
-¡Claro, que vea que si se mete con Noamei Mattiew no saldrá impune!
Ella se ríe y me pregunta como tengo pensado orquestar la gran venganza. Le digo que encontré el otro día un bote de espray en la calle y que podríamos darle una segunda capa de pintura a su coche.
La cojo del brazo y la estiro hacia la puerta de su habitación. Ella acaba cediendo y salimos de casa de Noa para dirigirnos a la de Dav.
-No quiero hacerlo -dice, pero, cuando llegamos delante de la gran casa de su ex novio. Davide Tello vive en una gran casa de tres pisos a primera línea de playa. Tiene tres coches y una enorme piscina en la terraza en la que he pasado más tiempo que en ningún otro lugar desde que nos conocimos en la escuela primaria.
-¿Qué pasa? ¿Por qué no? -Pregunto -si pintamos su Porsche seguramente ni se enterará hasta de aquí una semana... o se comprara otro.
-Dav es tu amigo -dice -está mal. Sería como rebajarnos a su nivel...
Hago cara de asco y abatimiento. La verdad es que hace tiempo que le tengo ganas a Dav. Naomei se ríe y me dice que nos vayamos. Quizá Dav no se merezca ni que nos preocupemos por él. Llegamos hasta la playa y nos sentamos en la arena, de cara al mar. Es de noche y las estrellas se reflejan en el agua, ahora de un color oscuro.
-El mar es más bonito de día -dice Nao entonces, de repente -de noche es como una sombra en la que no se ve nada.
-No tiene porque ser así -contesto. Noa me mira contrariada. Me explico -Tu miras al mar de día y solo ves una gran extensión de azul turquesa que brilla hasta el horizonte. Ese azul está bañado por puntos de luz regalados por la luz del sol. También tiene pequeñas motas de color blanco, se las da la espuma. También ves otros tonos de azul causados por las sombras que crean las olas, al moverse, gracias a las ráfagas de viento. A veces también puedes ver gaviotas que vuelan bajo, cerca del agua, intentando cazar algún pez que se ha descarriado de su banco.
>>Pero por la noche llegas aquí, te sientas y si observas el mar ves una sombra negra. No ves donde empieza ni donde acaba, solo puedes intuir que esta allí gracias al ruido que hacen las olas al llegar a la arena. Por eso el mar es más interesante de noche. Puedes imaginar el mar de la manera que más te guste. Puedes imaginarte las olas, los reflejos y las gaviotas y los peces ¿y quién te va a decir que es diferente de como tú lo veas? Nadie podrá decirte que te equivocas porque ese nadie también podría equivocarse.
-Entonces según tu el agua que escucho podría ser de otro color -dice Noamei.
-Los colores no dejan de ser luz. ¿tú ves luz?
-No...
-Entonces puedes elegir de qué color ver tu mundo.
​
​
GRIS: Caminos que empiezan
Cecy se despertó a las 6:30 de la mañana. Otra mañana gris. Como todos los días. Como todas las semanas. Desde hacía 3 años, después de haber acabado la carrera en ingeniería química. Vivía en un pequeño pueblo de Cornualles y necesitaba coger el autobús de línea cada mañana para ir a trabajar. Como cada mañana se lavó, comió, paseó a su querido perro Sparky por el parque, un precioso Golden Terrier que había cuidado desde que decidió mudarse, y fue a buscar el autobús. Cuando era más pequeña solía soñar con ir a vivir allí, Cornualles le parecía una tierra llena de misterios por descubrir. Solía creer que debajo de la neblina gris que lo cubría todo había una historia y millones de detalles por ver. Entre las novelas juveniles que más preciaba tenía una serie de libros de aventuras mágicas y emocionantes, basadas en aquel lugar. Como cualquier joven soñadora, ella deseaba vivir allí y vivir las mil aventuras que solía leer entre sus páginas cada día.
Mientras esperaba a que llegara el autobús empezó a caer una fina llovizna. Fantástico, había vuelto a olvidar el paraguas. En aquel lugar no se podía salir de casa sin un paraguas, el tiempo era inestable y fácilmente cambiante. "Mira que llevo ya tiempo aquí..." pensó Cecy "y sigo olvidando las cosas más sencillas". Las gotas de lluvia se clavaban en su espalda y en sus hombros mientras esperaba el autobús. Llegaba tarde.
A partir de ese pensamiento su mente empezó a construir cavilaciones sobre su vida. Su día a día no tenia propósito ni objetivo. ¿Para qué seguir su rutina si no tenía ningún fin? ¿por qué razón no podía ella sentirse feliz? El bus llegó a la parada y tal como llegó se fue, dejando a Cecy en el andén. ¿Por qué coger el bus para ir a trabajar cuando aquello no le aportaba nada?
Corrió a su casa y preparó una maleta con lo imprescindible. Se había decidido y nada podría hacerla cambiar de opinión. Cecy llevaba una vida bastante tranquila y sencilla así que no tenía demasiadas pertenencias. Al mudarse se había llevado solo lo esencial y aquellos objetos a los que más cariño les tenía. Preparó a Dinamita también, su perro. No iría a ningún sitio sin Dinamita. El pobre no entendía de ninguna manera lo que estaba pasando y observaba a su dueña curioso. Estaba ya bajando las escaleras cuando recordó la vieja guitarra que no hacía más que tragar polvo en el almacén. No había tocado desde hacía años. Cogió la guitarra con su funda, la maleta y junto con su perro cruzó el umbral de su casa con un nuevo brillo en los ojos. Quizá era hora de volver a encontrar el color dentro de sí misma
Se dirigió por segunda vez en aquel día a la estación de bus más cercana. Esperó un poco y se esfumó con el primer autobús que pasó sin mirar ni siquiera el numero o la dirección a la que se dirigía. Una vez decidió bajar, llamo a su padre para decirle que había decidido cambiar su vida y viajar. Tomar un nuevo rumbo.
- ¿y tu trabajo? ¿qué harás? ¿donde irás? El dinero no sale de los arboles, supongo que eso lo sabes... -contesto este preocupado.
-Claro papa, algo se me ocurrirá. Siempre me has dicho que se arreglármelas sola.
-Bueno siempre sabes que me tienes aquí si hay problemas... Me espanta un poco esta espontaneidad tuya, pero al fin y al cabo es tu decisión -dijo el padre de Cecy con un tono de resignación.
-Gracias papa. Te quiero -dijo Cecy antes de colgar.
Ella también se preocupó en un primer momento, pero era cierto que, si realmente quería hacer un cambio de verdad en su vida, tendría que enfrentarse a aquello. Su vida no estaba para desperdiciarla siendo infeliz. Todo el mundo merecía felicidad, incluyéndola a ella. Por primera vez empezaba a ver más que la monotonía en blanco y negro de cada día; el gris ante sus narices empezaba a desvanecerse para dejar entrever colores que no había visto nunca y que estaban esperando. Colores que la guiaban por un nuevo camino y millones de nuevas aventuras por vivir.
​
​